«Viva primero, escriba después»
Dostoievski
The End of the Tour (2015) es la primera película escrita por Donald Margulies y dirigida por James Ponsoldt sobre la vida del escritor David Foster Wallace, aunque podría ser la última producción que retrate a uno de los narradores norteamericanos más creativos e inteligentes del último siglo. El autor de La escoba del sistema, Extinción, y la póstuma obra El rey pálido, fue tan hermético en su vida y obra como lo fue J. D. Salinger, Thomas Pynchon, o J. K. Toole, y por ello es que a nosotros los aficionados nos cuesta descifrar las fuentes que usó Ponsoldt para llevar su biografía a la pantalla grande, a pesar de haberse acercado con maestría y gracia a una de las facetas del escritor.
Aunque vamos despacio, porque luego de ver los 106 minutos de producción, entendemos que el material documental usado por el director fue la experiencia en primera persona del periodista cultural y ex reportero de «The Rolling Stone», David Lipsky, quien estuvo cinco días en las carreteras de Norteamérica acompañando a David Foster Wallace, en la gira promocional de su reciente libro, en ese entonces, La Broma Infinita. (1996), aunque también compartió con él, en escenarios íntimos y privados, registrando minuciosamente todos los hechos y conversaciones.
Un tour-reportaje que fue un encargo de la famosa revista, y que dejó como resultado un libro escrito por Lipsky titulado: Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace. Trabajo, que por demás, le valió un premio non-fiction en el año 2010, y que dejó al periodista cultural tan vacío emocionalmente, pues en el fondo descubrió no tanto a un escritor genio y genial, sino a un autor humano, demasiado humano, cuya vida resumida era en sí un manojo de nervios, perfección y producción escritural al nivel esquizofrénico.

Como sea, este es el primer film que aborda un matiz biográfico del escritor neoyorkino, y que gracias a su dedicación a la literatura, se convirtió rápidamente en un escritor de culto entre los millenials y centennials. Una película que se preveía, ya que un autor idolatrado, con fans, y cuyas frases librescas descienden al subreino de los memes, es como los santos, los genios y los filósofos, que rara vez aparecen por el mundo, no obstante cuando lo hacen, desaparecen en una llamarada de fuego como Kurt Cobain o Eróstrato. Por supuesto, David Foster Wallace no fue ni santo ni filósofo, ni siquiera una estrella de rock, pero si un genio que revolucionó la forma de hacer literatura, quien junto a Johnatan Franzer y Jeffrey Eugenides fueron considerados La trinidad literaria de las letras norteamericanas, como los llamó Tom Wolfe.
The End of the Tour es un trabajo de cine independiente emitido el 31 de julio del 2015, y protagonizado por Jason Segel y Jesse Eisenberg, dos grandes actores del género cómico-dramático, que se revelan en el papel como dos amigos que temen a la sinceridad, y que representan con maestría la comedia humana que se esconde, aún, en el mundo literario. Actuación, que en esencia para los que somos admiradores y lectores de David Foster Wallace, deja en claro que el escritor transciende y sigue vivo, y en nada ha mermado el interés por su vida y obra, como sucedió tristemente con Stefan Zweig, Primo Levi, o Yukio Mishima y otros más que se despacharon sin pena ni gloria.
De manera que evitando las frases de cajón, las biografías suelen ser más especiales y densas en los libros que en las películas. Pero exculpemos al director, ya que el formato sí influye (¿Quién narra 46 años en 106 minutos?), y precisamente es séptimo arte, porque se necesita maestría para narrar con imágenes, de forma tan resumida, la vida o las vidas de otros. Ponsoldt hizo lo mejor, no hay duda, aunque pudo lograr más al leer el extenso libro que T.D. Max publicó sobre David Foster Wallace en el año 2013 titulado: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Biografía a modo de vivisección parecida a la que Gerard Clark escribió sobre Truman Capote en el año 2006, y que dejó a los seguidores del autor de Plegarias Atendidas saciados sobre la divinidad y la maldición de su genio e ídolo literario.
The End of the Tour, suscitó, como es lógico para todo cinevidente crítico, preguntas incómodas, tipo: ¿Cómo el film terminó girando en torno a una sola entrevista o etapa del autor? ¿Por qué no la relación con sus padres, o con el tenis, su deporte favorito? ¿Ponsoldt nunca consiguió otra fuente distinta al libro de Lipsky? Estas y otras inquietudes de los críticos y admiradores, ya que David Foster Wallace fue uno de los pocos escritores norteamericanos incontaminado con la prosa de Ernest Hemingway, William Faulkner o la gente de la generación perdida, y que además de preciso, inteligente y fabuloso, era adicto a la televisión y sentía una seria aversión a las entrevistas.

Aversión que no era falsa modestia de gato viejo o de escritor misántropo, sino un miedo irracional que lo cohibía a ser él mismo, quizá conociendo el carácter tóxico, invasivo y depresivo de los medios de comunicación que tienden a fijarse más en la vida íntima y los cotilleos, que en las obras serías del autor. David Foster Wallace solía decir que había serias imperfecciones estructurales y que traspasar los linderos obra/autor socavaba las aspiraciones epistemológicas del formato de la entrevista. Una inteligente deducción derivada del fallido y nefasto debate entre Gore Vidal, William F. Buckley y el gran público norteamericano, e incluso con el desastre mediático que llevó a Kurt Cobain a la depresión, y luego, al patíbulo del suicidio. Algo por lo que Courtney Love culpa a la revista Vanity Fair por alterar a Kurt y llevarlo al extremo de esa situación.
Es sabido que en una carta del 2007 enviada al profesor de lengua inglesa, Sthepen Burn, David Foster Wallace le explica su estado anímico frente a las entrevistas y la presión a la que se veía sometido, al concederlas, casi, que bajo coacción. En ellas (hay algunas en Youtube, y ahí se puede comprobar la angustia, la sudoración, los tics y el lenguaje que usaba al responder con prontitud y profundidad las preguntas de sus interlocutores) evitaba a toda costa las indiscreciones personales, desde que Frank Bruni del New York Times Magazine escribiera que en su casa había visto medicaciones en el baño, cremas para el acné y pasta dental para la nicotina.Es sabido que en una carta del 2007 enviada al profesor de lengua inglesa, Sthepen Burn, David Foster Wallace le explica su estado anímico frente a las entrevistasEn una carta enviada al profesor de lengua inglesa, Sthepen Burn, en el 2007, David Foster Wallace le explica su estado anímico frente a las entrevistas y la presión a la que se veía sometido, al concederlas, casi, que bajo coacción. En ellas (hay algunas en Youtube, y ahí se puede comprobar la angustia, la sudoración, los tics y el lenguaje que usaba al responder con prontitud y profundidad las preguntas de sus interlocutores) evitaba a toda costa las indiscreciones personales, desde que Frank Bruni del New York Times Magazine escribiera que en su casa había visto medicaciones en el baño, cremas para el acné y pasta dental para la nicotina.
Aunque el mismo David Lipsky afirmara también en su artículo para «The Rolling Stone» que el escritor tenía en su baño cortinas de Barney, su cuarto principal estaba pintado de negro, y era fanático de Margaret Thatcher y Alanis Morissete. Cotilleos que abrumaban y abatían a David Foster Wallace por la superlativa atención a su figura y la impertinencia sobre su oscuro tormento privado. Solía decir: “Cuanto menos se me observa, más puedo observar yo, y tanto mejor para mí y para mi trabajo. Simplemente no soy interesante. Paso la mayor parte en bibliotecas” y por ello odiaba la banalidad de los talk-shows y la cultura espuria del espectáculo, a la cual simplemente llamaba “porquería absoluta”.

Pero regresemos a End of the Tour, porque las escenas dialogadas, que conservaban el formato intrigante de Andrew Dominik y Quentin Tarantino, no opacan el lado humano del David Foster Wallace como escritor confinado entre libros, parches de nicotina, lector voraz, coleccionista musical, que dividía el tiempo entre sus perros Drone y Jeeves (como los personajes de P.G. Wodehouse), su casa, y el trabajo de profesor de escritura creativa en la universidad de Arizona, a donde llegaba con botas Timberland, bandana blanca en la frente, y muchos mondadientes intentando dejar el cigarrillo.
Finalmente, The End of the Tour es un drama donde se esperaba más creatividad, más información, aunque el final de la película sea simplemente magistral (Un David Foster Wallace bailando y siendo fiel al consejo existencial de Dostoievski: «Viva primero, escriba después»). En complemento, el portal de crítica Rotten Tomatoes fue generoso y certificó la película con un 92% de aprobación, la cine audiencia se sumó con un 81% de calificación, y se llegó a un consenso crítico sobre la obra: «Brillantemente interpretada y elegantemente poco convencional, The End of the Tour rinde un merecido homenaje a un talento singular al tiempo que ofrece observaciones profundamente conmovedoras sobre la condición humana.»
Así las cosas, David Foster Wallace seguirá siendo el extinto autor epimoderno de libros densos y curiosos (hablemos de Langostas, o Signifying Rappers es una muestra) que lo han convertido en un mito entre la juventud lectora, porque en prosa, él fue el estilista del microscopio obsesionado por los detalles, el que describía, analizaba y retrataba extenuantes emociones, rasgos y diálogos adscritos a los personajes de sus novelas. Si Hemingway decía que en la escritura hay que encontrar una cuarta o quinta dimensión, David Foster Wallace estuvo allí mucho tiempo y no nos dimos cuenta porque no fue el fin, sino el tour, lo más interesante de su vida.
Tráiler «The End of the Tour»