«Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.«
Proverbio Hindú
Al principio, a Alexei Maximovitch Pechkov, conocido popularmente como Máximo Gorki, no le interesan los libros: tiene una necesidad más apremiante de comer que de leer. Siendo un niño, y al presentar los exámenes para ingresar a tercero de primaria, es premiado con tres obras por sus notas sobresalientes: El evangelio, Las fábulas de Krylov, y un extraño folleto titulado Fata Morgana. Tres curiosos ejemplares que no duda en ir a vender en una librería de viejo, y cuyos cincuenta y cinco kopecks que le pagan, los entrega voluntariamente a su abuela materna, esa mujer que, a decir del biógrafo Henri-Troyat, «Le enseñaba la compasión por los desheredados, el asombro ante el universo cotidiano el placer de manera la lengua popular rusa», y que en cierta forma representaba para él la encarnación de la sensibilidad, y el amor por la patria.
En esta etapa infantil, es, entonces, cuando zaherido por un destino familiar sumamente cruel, aún no comprende el valor superlativo de los libros y el rol que ellos desempeñarían en toda su vida, hasta su extraña y confusa muerte, un domingo 18 de junio de 1936, en Moscú. Esta pasión religiosa por leer se despertaría en él paulatinamente, (ya vimos que en un primer intento los libros le eran indiferentes: predominaba el hambre) y una serie de sucesos involuntarios se encargarían de conducirlo a su irremediable camino de escritor y de representante del llamado realismo socialista.
Su madre Varvara, desheredada de la familia por huir de casa para unirse a un hombre de inferior rango social, se consuela en su soledad y marginación, escribiendo poemas en sus tiempos libres. Gorki, por su parte, y quizá como un juego de niños, traduce esos poemas a la lengua rusa popular para lograr entenderlos: «Él los transformaba a su manera e introducía palabras suyas, tomadas del lenguaje del pueblo» dice de nuevo Troyat, aunque Gorki mismo, en esta etapa, escribiera poemas de su propio puño y letra, para luego de leerlos, echarse a reír.
Ante el fallecimiento de su madre, (el padre de Gorki había muerto mucho antes por culpa del pequeño Alexei), con una abuela comprensiva y un abuelo autoritario, siendo muy pequeño tuvo que salir de casa a ganarse la vida afuera, en el mundo. Su abuelo materno Vasili Kachirin, tan airado como el mismo Dios que veneraba, en tono irónico e iracundo, le afirma que él no es una medalla para estar siempre colgado de la familia, y, por lo tanto, debe irse a buscar el pan, recoger dinero, abrir su campo de trabajo, conocer gente. El niño obedece.
En su vagabundeo por todo Rusia, sin familia, ni piso bajo sus pies, es ayudante de zapatero sin éxito, ladrón sin convicción, filántropo de misa, asistente de marinero, deshollinador, amante ocasional. De estos trabajos, sin experiencias alegres y gratas, el enrolarse en un barco sería determinante para su futura vocación de escritor popular consagrado a retratar los sufrimientos de los Mujik (campesinos) pobres. No vacila, y como un Karl Rossman kafkiano, se embarca en el paquebote Dorby (bueno), donde tiene que barrer, limpiar, remolcar, y hacer toda cuanta tarea deba ejecutar de seis de la mañana a doce de la noche, sin chistar.
El cocinero del barco, un tal Smury, empieza a sentir afecto por el joven Alexei, que, demacrado y bastante obediente, levanta su compasión y tocaba su humanidad. Smury, mientras entonaba canciones rusas populares, pelaba cebollines, destajaba carne, solía tener siempre a su lado un baúl lleno de libros, y por ello, no dudó en emplear a Alexei para que leyera en voz alta todos esos ejemplares mientras él cocinaba. Una estrecha relación cocina-literatura que inevitablemente despertó resquemores en el resto de la tripulación, (tan dada a la envidia y la ética del trabajo ruso), hasta que un buen día Alexei es acusado falsamente de un robo muy grave (que él no comete, obviamente), y no dudan en despedirlo del barco sin más, sin embargo, se llevaría para siempre un consejo del compasivo Smury «Lee libros, es lo mejor que hay en el mundo».
Sin otro rumbo qué tomar, regresa a casa de sus abuelos, pero siempre con la idea de hacer dinero para sobrevivir y demostrarle a su familia que su existencia es útil y puede lograr algo en la vida. Sin ideas fijas, más que guiado por la necesidad, decide empezar a cazar aves para venderlas en el mercado, pero por influencia de su abuela, consigue un trabajo más consistente con un técnico llamado Sergueiev. Al principio el cargo a desempeñar era el de mero asistente, pero en realidad sus funciones se resumían a ser un «todero», es decir, a realizar tareas que iban desde limpiar, barrer, hacer de comer, lavar ropa, hasta cambiarle los pañales al bebé de los Sergueiev.
La única distracción que consigue Gorki, entre toda esta extenuante faena, es leer viejos periódicos que encuentra al lado de su cama, en un rincón alejado de la casa donde trabaja internado. Como la lectura debe hacerla de noche, se ve en la necesidad de usar velas, pero la esposa de Sergueiev se lo impide, diciendo, que consume recursos de la casa de manera innecesaria. Sin cejar en su empeño por saber, además, de curioso por explorar la lectura, Alexei, consigue latas de sardinas, amontona cebo y con una mecha, prepara su propia iluminación para saber lo que dicen esos papeles viejos. Pero una noche, un descuido con estas lámparas improvisadas, lo cambiaría todo, ya que una de ellas explota en el cuarto, produciendo un pequeño incendio que amenaza con ser más grave de lo que parece.
La esposa de Sergueiev lo azota a causa de esto hasta que el muchacho pierde la conciencia y malherido, debe ser remitido de urgencia al hospital, donde el médico que lo atiende extrae 42 trozos de rama de su espalda y le sugiere que presente una demanda penal contra sus jefes. Aunque lastimado, Alexei decide permanecer en total silencio. Temerosas, la esposa de Sergueiev y su suegra, y contentas de no ser denunciadas ante las autoridades locales, deciden, por consenso, dejarlo leer cuantas veces desee en la casa y sobre el tema que quiera.
Mientras se recupera de su salud, una mujer que lo conoce, y sabiendo que Alexei gustaba de los libros, le presta un paquete de novelas francesas: Dumas padre, Ponson du Terrail, Paul de Kock, Xavier de Montepin. Se consagra a leer con profundidad, sin embargo, pronto hace un descubrimiento crítico sobre la literatura: la vida francesa es diferente a la vida rusa. Mirando su realidad inmediata, la Rusia zarista llena de campesinos, de desposeídos de tierra, de pobres desde el norte hasta el sur, de revolucionarios y anarquistas, piensa si acaso otros pueblos diferentes al ruso, son más felices que ellos mismos.
Insistiendo en meditar en esta cuestión, sería finalmente Balzac con su obra «Eugénie Grandet» quien le hará comprender el poder social de la literatura. Entre sus páginas y lecturas encuentra color, expresiones vivas, escenas reales que lo tocan, sufrimientos verdaderos de sus personajes que son muy parecidos a los de las personas que él conoce. Sobre esto, Gorki diría en sus voluminosas memorias: «Comprendí entonces que un libro bueno y verdadero es una gran fiesta».
Gracias a los libros y a la lectura juiciosa, madura en Alexei la convicción de que no está solo, y que en literatura se siente un muchacho invulnerable. Aun con todos las situaciones que debe sortear, es finalmente el encuentro con un fogonero, en otro barco donde se enroló, donde consigue formar el sentimiento de escritor del pueblo, pues mientras Alexei deleita a la tripulación narrándoles las novelas francesas de Alejandro Dumas, el fogonero, llamado Chumov, afirma: «Los franceses viven del aire». «¿Qué quieres decir?» Responde Alexei. «Fíjate -la responde Chumov- por ejemplo, tú y yo vivimos trabajando con un calor infernal y ellos se dan la gran vida. ¡No hacen nada, beben y se pasea, esa sí que es una vida agradable!». «¡Pero también trabajan!» Objeta Gorki. «Eso no se ve en las historias que me has contado». Le dice Chumov, y efectivamente, este sería el argumento para que Alexei comprendiera que la mayoría de los libros que había leído no contaban jamás cómo trabajaban sus nobles héroes y de qué vivían exactamente.
Este sería el comienzo de ir a los libros como asistir a la Universidad para Alexei, por lo que, gracias a su vocación, encontraría en ellos una patria fija, una familia, un destino. De sus fecundas lecturas y reflexiones se desprende un amor por los campesinos, por la tierra rusa, por los pobres. Y paulatinamente nace la vocación de autodidacto aprendiendo desde dos puntos de fuga: Los libros, y la observación de la gente rusa en sus necesidades, felicidades y esperanzas. Cuando publica su primer cuento titulado «Makar Chudra» un periodista le pregunta con qué nombre firmaría su primera narración publicada en un diario ruso importante, Alexei recuerda que su padre insistía en llamarlo «El amargo», en ruso, Gorki. Y así, el 12 de septiembre de 1892, el periódico El Cáucaso, publica «Makar Chudra», bajo la firma de un tal Máximo Gorki, recién llegado al mundo de las letras.