RESEÑA: «Las voces de Jano» de María Domínguez del Castillo

Todas las bellezas en cualquier voz

Las voces de Jano se nos aparece dándonos muchas caras disímiles, pues esta joya tallada con atención ansía reflejar todas las bellezas posibles. Pero el atractivo que nace de la perfecta arquitectura mental se mezcla con la necesidad del arte del amor, en un equilibrio tan difícil como raro. Sólo una autora con un poder de creación tan diverso es capaz de algo semejante, alguien que puede cantar, pintar y sentir con palabras.

El volumen se divide en dos: una primera parte dedicada a los cantos profanos y una segunda que tiene la voluntad de convertirse en tu libro de horas. El Dios cristiano aparece, claro, más en la última. Pero aquí la capacitada para el Génesis es la poeta. Antes de la existencia de cualquier dios existía la capacidad de crear. Por eso los dioses pueden hacerlo. Es decir, el poder de creación antecede al creador siempre.

Para Domínguez del Castillo, semejante potencial estado primordial está lleno de dolor. En el inicio no había palabras, sólo llanto. Este sufrimiento aquí tiene la varia estructura de lo bello. María Domínguez levanta una arquitectura de palabras en la que la página parece un papel pautado destinado a la música de las voces. Los blancos marcan el ritmo, pero también marcan el territorio. Las líneas aprovechan toda la cara, algunas imposibles, tan largas que necesitarían un par de páginas con el fin de no vivir quebradas para siempre. Incluso secciona algunas palabras en dos, con el ánimo de hacerte tropezar hasta decirlo bien, hasta que bailes al ritmo central del poema.

Esta poeta adopta dos caras: una, la de la maga, en la primera parte, y otra la del dios, en la segunda. Lo que une a ambos rostros es la creación de la belleza. El Dios y el mago son capaces de fascinar al crear de la nada. A María Domínguez no le interesa escribir dogmas, ni dar soluciones, ni bordar banderas, a pesar de aludir a lo bíblico. Ella sabe lo que es lo bello y diseña planos complejos, dibuja líneas de texto que no pueden ser habitadas por lemas simples.

Todo esto se quedaría en un juego aparente si el contenido no estuviera cargado de amarga y dulce pasión. Por un lado, los poemas ponen a las claras la importancia de la familia. No sólo la creada por lazos de sangre, sino las que se establecen por el azar, la rutina o la lectura. Pero también existe la pulsión por cortar estas raíces comunes. Como cuando el padre y un vecino, ambos amigos o al menos conocidos, han de acabar con las raíces que estrangulan las vías del agua compartida. “CORTAR el árbol” casi nos grita el verso, advirtiendo la necesidad de romper con lo común para seguir viviendo juntos.

En la primera parte se escribe un universo sin jerarquías, sin arriba ni abajo. Los anónimos Juan y Claudia comparten versos junto a nombres míticos como Camus y su tristeza esencial, cada uno iguales ante la desolación. Los personajes se unen en la miseria de sentir la “pringue de los años” que pasan. En el libro parecen sonar, no una voz, sino todas las voces. Incluso el Cristo que aparece en la segunda parte es “Todos los hombre el hombre y el hombre”, el símbolo de todo lo humano. María Domínguez no sólo les da a todos un espacio, sino que se pone en su piel. Así, al escuchar el caso de un cura suicidado, se pregunta por los motivos y por cómo “amar al otro al mundo” si se “es solo”. Es decir, hay gente que se convierten en soledad pura a pesar de su voluntad de amor total.

“¡Ay del que está solo! Cuando
duerma solo con sus ojos”

Pues en todo el libro existe la tensión del afán por la compañía y la necesidad de soledad. Así, el deseo de ser uno mismo, uno solo, se frena ante el miedo de quedarse sin nadie. Este conflicto entre lo que quiere uno y lo que quiere el otro parece repetirse en varias formas. Pues al pasar a ser dos llega el miedo a convertirse en un espacio vacío para lograrlo.

También el terror a la ausencia, al paso de lo amado, mueve algunos poemas. “Cada silla vacía es una ausencia”. Entonces, el amante busca las huellas en las sillas que antes se sentó su amor, con una fuerza creativa capaz de volver a la vida un cuerpo, unas manos, unos ojos, al mirar un asiento. Este quedarse con el recuerdo parece abismal pues nos hace conscientes de que no podemos salir del todo de nuestro yo, una angustia parecida a la sentida cuando uno baja en un ascensor vacío mirándose al espejo.

“Permanezco he de permanecer aquí girando”, escribe la poeta. En ese estado hipnótico cabe la posibilidad de convertirnos en un Narciso que busca el placer de “la mirada de unos ojos desextraños”, permanecer en una bella quietud placentera, alejados de la compañía, del amor.

“De verde inmóvil carne sola
parece un ciervo de bronce entre las flores.”

Se apunta que, quizás, la solución para dejar de estar solos y superar la ausencia de lo amado, esté en la palabra. “Dios está muerto y es por eso que le hablamos”. María Domínguez nos versifica la voluntad de hablar con la madre cuando ella ya no esté, de escribirle en cualquier trozo de papel. Al escribir, uno tiende puentes, hecha raíces comunes. Como al “dar la paz” a desconocidos en la misa de uno de los poemas, uno tiene que estrechar la mano del extraño que está cerca. Pues la alternativa a esto sería la muerte, tornarse uno en un “ecce homo que calla para ser agua, aire, sal, nada”. El silencio puede que sea la soledad más absoluta y definitiva, por eso hay que escribir, hay que hablar para amar.

María Domínguez del Castillo (Sevilla, 19 de mayo de 1997). Se graduó en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada y realizó sus estudios de máster en París, especializándose en literatura inglesa y americana. Es autora de la novela Pero el tiempo (Ediciones en Huida, 2017), “En cambio el silencio”, relato ganador del V Certamen Literario Biblioteca Universidad de Granada (2016) y de los poemarios Presente y el mar, El regreso de la lluvia (Esdrújula Ediciones, 2017 y 2019), El polvo de las urnas (ganador de la XXXV edición del Certamen Andaluz de Poesía Villa de Peligros, 2020) y Las voces de Jano (XVII Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, 2021). Sus poemas han sido publicados en diversas revistas y en las antologías Algo se ha movido (25 jóvenes poetas andaluces), Granada no se calla (Esdrújula Ediciones, 2018) y Cuando dejó de llover (50 poéticas recién cortadas) (Editorial Sloper, 2021). Ha realizado tareas de traducción literaria y colaboraciones con editoriales. En 2021 la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores le concedió una beca de residencia, durante la cual se ha centrado en una novela que cuestiona los límites entre géneros literarios y que pone en su centro al lenguaje mismo, el amor, el dolor y la espera.

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