«Los grandes crímenes, así como las grandes virtudes, nos llenan de admiración»
Chateaubriand
Antes de cometer el homicidio, el profesor de filosofía Abe Lucas, (Joaquin Phoenix) medita sobre dos libros: La banalidad del mal de Hannah Arendt y Del asesinato como una de las bellas artes de Thomas de Quincey, de donde saca las conclusiones lógicas para asesinar al juez Spangler, quien parece, no es un funcionario ético, y sobre el que ya está puesta la espada de Damocles. Pero esto es extraño, porque el profesor Abe Lucas no conoce al juez sino de forma circunstancial y nunca ha pensado liquidar a nadie, (al menos físicamente), por lo que el Abe Lucas se porta igual que un romántico, es decir, como un hombre desconectado de la realidad que busca un argumento sólido que lo saque de golpe del bloqueo escritural y existencial en el que se encuentra.
Y realmente necesita sentirse vivo, salir de la región gris del intelectualismo para remontarse a una meseta de colores, pues este gravita entre el rol de un docente respetado, y la figura de un hombre solitario que vaga por el mundo persiguiendo su sombra. Por eso, y para recobrar el sentido, lo intenta todo: bebe Whisky de malta, tiene sexo a destajo, escribe poesía que luego quema en arrebatos místicos, lee a los existencialistas, vive en un duelo constante por un amigo muerto en la guerra, pero nada de esto hace que su espíritu se active, ni encuentre sentido en las cosas, ni que su cuerpo tenga una erección satisfactoria (factor que también considera como un motivo de vida).
Así, como una epifanía, un día este descubre que hay un camino que no ha explorado: asesinar a otro hombre. Idea que concibe luego de escuchar accidentalmente, y en un café, a una mujer decir sollozando que el juez Spangler entregará la custodia de sus hijos a su ex esposo, favoreciéndolo, por ser amigo del abogado contratado por el padre. Con este argumento racional (¿?) es que Abe Lucas alimenta su mente imaginando el asesinato metódico del funcionario, que una vez muerto (según su lógica renovada) haría feliz a una madre desconsolada y a un centenar de personas que esperan condenas justas o injustas. Este es, de forma resumida, el asunto de la comedia dramática titulada Hombre irracional (2015), escrita y dirigida por el mítico director Woody Allen en el 2015. Un film de 1h 35m muy interesante, especialmente para los amantes de películas sobre intelectuales orgullosos o estúpidos, gobernados por la quimera de la razón, que terminan o suicidados, o creyendo de que no hay lugar para ellos en el mundo.
Pero avancemos, porque mientras toda esta trama sucede, dos mujeres Jill (Emma Stone) y Rita Richards (Parker Posey), igual que Prisca Y Maximila, discípulas de Montano, o Rayhana y María, esposas favoritas de Mahoma, son las musas que empiezan a mover el mundo sentimental de Abe Lucas, y también las que propician una transformación gradual en él de Dr Jekyll a Mr Hyde. Rita, por su lado, es esa mujer modelo de deseo: intelectual, hermosa, fogosa, sumisa; Jill, en cambio, es la estudiante romántica que se enamora, no de un docente, sino de la idea de tener un idilio con un hombre intelectual. Ambas son la conciencia de un profesor de filosofía que busca respuestas existenciales, mientras ellas anhelan sexo, aventuras románticas y peligros emocionales.
Pero nada de esto es transcendental en la vida de este frío académico, pues luego de tener sexo fallido con Rita, dar clases monótonas sobre Kant, Kierkegaard, Sartre, Heidegger a un puñado de estudiantes que terminarán vendiendo hamburguesas en un McDonald’s, e incendiar el mundo interno de Jill, se empeña (enconadamente) en cometer el «Asesinato perfecto» del juez. Nada de huellas ni evidencia, nada de internet, ni de establecer una conexión con la víctima, solo observar la rutina diaria del funcionario de la justicia, que sale a trotar, a leer el periódico y tomar jugo de naranja en un parque, hasta que llegue el momento propicio para realizar la obra de arte.
Con tramas como estas, es que Woody Allen se nos presenta como un maestro de la comedia dramática y sabe cómo mantener el interés cinematográfico activado, ya que desde películas tipo Annie Hall (1977), ya se figuraba el estilo de este director de parodiar la academia, el sistema intelectual, la estupidez humana, reproduciendo quizá la queja de Karl Marx de que los filósofos han querido interpretar el mundo, pero no cambiarlo. Así entonces, en esta forma de mirar las cosas, según Allen, es que los sabios se extravían igual que los niños de El señor de las moscas de W. Golding, creyendo que la felicidad consiste en no razonar, sino en sentir, admitiendo, intrínsecamente, que los conocimientos solo sirven para ocultar las frustraciones humanas. Asuntos banales y filosóficos que Woody Allen repetirá en proyectos fílmicos como Manhattan (1979), Zelig (1983), Hannah y sus hermanas (1986), Si la cosa funciona (2009), hasta Midnight in Paris (2011) y otras producciones.
Y con Hombre Irracional (2015) el asunto no es diferente, pues el profesor Abe Lucas sabe que se avecina un mundo donde la ignorancia es un valor social (tal como lo predijo Isaac Asimov), y se transforma (se convierte, dirían en lenguaje psicológico) en posición de juez y verdugo. Roba cianuro de la Universidad; lo prepara en jugo de naranja; va al parque donde el juez Spangler se ejercita; y cambia la bebida saludable, por el líquido envenenado. Lo demás, después del deceso, serán conjeturas en los medios, habladurías en la ciudad, miedos sociales, y sin ningún sospechoso concreto ligado al caso, hasta que Jill le parece extraño que Abe Lucas haya encontrado, de un momento a otro, un sentido de vida: puede escribir poemas, hace al amor como un jovencito, tiene planes para el futuro, y desea formalizar una relación amorosa, no con ella, sino con Rita, la mujer madura, sumisa, intelectual y entregada a una aventura romántica sin fin.
De conjetura en conjetura, Jill corrobora que Abe Lucas es el asesino del juez Spangler. Así que sin pensarlo, lo interpela, y lo insta a entregarse, pues la justicia ha encontrado un presunto culpable del homicidio y un acusado inocente puede ser condenado. El profesor, como una tranquilidad pasmosa, toma a Jill del rostro y le dice:
―Para verdaderamente ver el mundo debemos romper con la aceptación típica de él. En el instante, en que decidí hacer esta cosa, mi mundo cambió…. De pronto pude encontrar un motivo para vivir. Podía hacer el amor, podía sentir cosas por ti, porque hacer eso, por esa mujer, le dio significado a mi vida.
Luego ella, consternada, le pregunta:
―¿Crees que lo que hiciste es moralmente válido?
Él responde convencido de haber hecho un bien a la humanidad:
―Así fue.
La mujer solloza y lo recusa:
―Yo no lo creo… no puedes justificarlo con toda esa basura, con toda esa porquería de racionalización francesa de postguerra. Es asesinato, es asesinato, y eso le abre la puerta a más asesinatos.
Palabras que desencadenan, como una premonición, la idea de Abe Lucas de cometer otros asesinatos, aunque ignorando que esto también es trabajo, primero mental, luego material, y mientras continúa atrapado en el infierno de su propia creación, inspirado en la obra De Quincey y Del asesinato como una de las bellas artes. Ya no hay remedio. El joven profesor de filosofía decide continuar, porque no hay otra cosa que pueda hacer, y así reconoce, intrínsecamente con sus actos, que puede entender tanto la palabra Blitiri, Bu-ba baff, como el asesinato en el mismo orden de jerarquías lógicas, despertando en él una inteligencia maquiavélica que dormita en lo profundo de su consciencia.
El final de esta obra maestra de Woody Allen es tan gracioso como trágico, pues Abe Lucas ha suprimido la locura por razones dogmáticas, dándole paso a una racionalidad lógica y oscura, desatando el absurdo más atroz, y acelerando el afán de destrucción de lo que ama. Confirmando con ello la máxima de Sir Thomas Browne «There is another man withim me that´angry with me», o la realidad de que dentro de cada hombre existe otro hombre aún más extraño: un conspirador contrario a la moral y la razón.
Hombre irracional (2015) es una obra maestra del cine para pensar, repensar, y evaluar la condición humana, porque sin duda, la inteligencia no posee todas las respuestas para la existencia, ya que, así como las facultades inventivas humanas son divinas, también es divina la estupidez que alberga. Por lo que todo, todo, al contacto con los hombres, se borra en una lentitud desesperante hasta que oscurece y deja de existir. Salud.