Las poetas del 27

De modo canónico, el grupo literario del 27 comenzó a visibilizarse en 1932 gracias al libro Poesía española. Antología. 1915-1931, elaborado por Gerardo Diego para reunir en él a sus compañeros varones de generación: José Moreno Villa, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Fernando Villalón, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Juan Larrea y el propio Diego. No había el menor rastro de ellas y sin embargo, parecía una prueba elocuente de marginalidad y de no aceptación, que el propio antólogo trató de reparar dos años después, dando a la imprenta una segunda edición de la obra, ahora titulada Poesía española. Antología (Contemporáneos), que ampliaba la nómina con la incorporación de cinco autores y dos autoras: Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre.

La siguiente aportación antológica llegaría de la mano de Juan José Domenchina, desde el exilio de México, en 1941. Allí vio luz Antología de la poesía española contemporánea (1900-1936), una recopilación de treinta autores que solo incluía a dos mujeres: Ernestina de Champourcin y Concha Méndez. Dos años más tarde, la escritora María Antonia Vidal publicaba en Barcelona Cien años de poesía femenina e hispanoamericana. 1840-1940, un volumen ambicioso, que dedicaba su tercer apartado a las voces más jóvenes del siglo XX: Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Margarita de Pedroso, Pilar de Valderrama, Elena Cruz López y la propia antóloga. El libro tenía el acierto de visibilizar por primera vez a ocho autoras, pero este empeño se queda empañado en las palabras preliminares de la autora, en las que venía a defender la superioridad de los poetas sobre las poetas.

En 1974, Juan Manuel Rozas publicaba el volumen La Generación del 27 desde dentro / Textos y documentos, trabajo en el que se ponía de perfil que, según su criterio, las poetas: Méndez, Champourcin, Chacel, María Teresa León y en menor medida Carmen Conde y Josefina de la Torre, quedaban fuera de las líneas generacionales marcadas.

El siguiente salto nos lleva a 1987 y a la escueta alusión que el profesor Francisco Javier de Revenga hace en su Panorama crítico de la Generación del 27 de las poetas del grupo, mencionando solo a una autora en el último capítulo en una coda final a Ernestina de Champourcin.

En 1999, el profesor Emilio Miró acometía una Antología de poetisas del 27 que lejos de afianzar lo avanzado hasta el momento (el conocimiento de nuevas autoras), gastaba toda su artillería crítica en perpetuar a las cinco poetas más señaladas del grupo: Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin, Rosa Chacel, Concha Méndez y Carmen Conde. Solo un año después, en 2000, aparecía el libro Spanish women poets of the Generation of 1927 de Gregory K. Cole, una antología que aglutinaba las poetas: Pilar de Valderrama, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Concha Méndez y Ernestina de Champourcin. En su introducción, Irene Chico-Wyatt se lamentaba del silencio sepulcral que seguía envolviendo a las mujeres -poetas de aquel grupo, aquellas que llegaron a compartir la confluencia de la lírica popular, la estética modernista y el magisterio de los poetas mayores, además de las tendencias vanguardistas. Habría que esperar diez años para que la escritora e investigadora Pepa Merlo asentara con gran autoridad a una veintena de poetas del entorno de la Generación del 27, incluyendo en la nutrida nómina algún nombre nuevo: Josefina Bolinga y Esther López Valencia y otros dispersos o escasamente mencionados: Casilda e Antón del Olmet, Gloria de la Prada, Josefina Romo Arregui, Dolores Catarineu, Margarita Ferreras, etc. La antología Peces en la tierra abría nuevos caminos a la investigación de las mujeres escritoras del período de preguerra y se convertía así en el referente más visible hasta la fecha de esa representación de autoras que regresaban de la nada o del olvido, sin menospreciar por ello trabajos, estudios e investigaciones que han proliferado en los últimos años en torno a ellas, como el trabajo doctoral leído por el investigador Fran Garcerá Román en la Universidad de Valencia de 2018, La Edad de Plata dedicada: mapas del paratexto y de las redes culturales en la obra poética de las escritoras españolas (1901-1936), donde a lo largo de un extenso análisis sobre la literatura de ese periodo, llega a establecer un corpus de noventa y cinco autoras con un total de ciento treinta y seis obras publicadas en papel, lo que viene a demostrar que ese primer tecio del siglo XX fue realmente mágico y fructífero.

Lucía Sánchez Saornil (1895-1970)

Soñar, siempre soñar

Has jugado y perdiste, eso es la vida

El ganar o perder no importa nada;

lo que importa es poner en la jugada

una fe jubilosa y encendida

Todo lo amaste y todo sin medida

¿Cómo puedes sentirte defraudada

si fuiste por amor crucificada

con un clavo de luz en cada herida?

Sobre urdimbres de olvido van tejiendo

lanzaderas de ensueño otra esperanza

de un morir cotidiano renaciendo

porque un nuevo entusiasmo nos transporta

a otro ensueño entrevisto en lontananza

y en la vida, el soñar, es lo que importa.

María Luisa Muñoz de Buendía (1898-1975)

Cancioncilla

Amor, esperanza incierta

De una realidad,

Quédate a la puerta,

No quieras entrar.

El patio es florido,

La fuete es fresca,

Mas desde el portal

Son luces las flores

Y el agua es cristal.

Amor, quédate a la puerta,

No quieras entrar.

Rosa Chacel (1898-1994)

La culpa

La culpa se levanta al caer de la tarde,
la oscuridad la alumbra,
el ocaso es su aurora

Se empieza a oír la sombra desde lejos
cuando el cielo está limpio aún sobre los árboles
como una pampa verdeazul, intacta,
y el silencio recorre
los quietos laberintos de arrayanes.

Llegará el sueño: alerta está el insomnio.
Antes que caiga la cortina oscura,
gritad al menos, hombres,
como el pavón metálico que grazna su lamento
desgarrado en la rama de la araucaria.
Gritad con voces múltiples,
piad entre la enredadera,
entre las hiedras y rosales trepadores.

Buscad refugio en las glicinas
con los gorriones y zorzales
porque avanza la onda de la noche
y su ausencia de luz,
y su implacable huésped
de suaves pasos, el peligro.

Concha Méndez (1898-1986)

Mi ventana

El viento
bate espadas de hielo.

-No abriré la ventana-

El viento 
decapita luceros.

-No abriré la ventana-

El viento
lleva lenguas de fuego.

-No abriré la ventana-

En telegramas de sombra
que van llevando los vientos
se lee ya la Gran Noticia
que conmueve al Universo…

-Yo no abriré mi ventana-

Ernestina de Champourcin (1905-1999)

Carta al vacío

Es escribir a alguien
o lanzarse al silencio,
a nadar en lo oscuro,
a encender una llama
aunque ahoguen las dudas.
¿Carta a lo que no existe?
Hay buzones alados
que se disparan solos
y un correo sin pistas
ni trayecto seguro.

Eludir el camino
que todos conocemos.
Seguir hacia adelante
ruta de los que intentan
lo que nunca pensaron
y se sienten felices
porque hay algo distinto,
porque se desvanece
de pronto lo que sobra
y no existe el vacío
si queremos colmarlo.

Carmen Conde (1907-1996)

El universo tiene ojos

Nos miran;
nos ven, nos están viendo, nos miran
múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,
desde todos los rincones del mundo. Los sentimos
fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
Y, a veces, nos asfixian.

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
de las interminables vigías acosan y extenúan.
Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;
pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

Para que vieran,
para que viéramos frente a frente,
pestañas contra pestañas, soslayando el aliento
denso de inquietudes, de temores y de ansias,
la absoluta visión que todos perseguimos.

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,
coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

Nos mirarán eternamente,
lo sabemos.
Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales
en tomo a la misma criatura intacta
que rechaza a los ojos que ha creado.
¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,
hizo aquellos y estos innumerables ojos?

Josefina de la Torre (1907-2002)

Llevabas…

Llevabas
en los pies arena blanca
de una playa desconocida.
Por eso
cuando a mí llegaste
no sentí tus pisadas.
Llevabas
en la voz desnuda
un compás de espera.
Por eso
cuando me hablaste
no pude medir tu voz.
Llevabas
en las manos abiertas
espuma blanca de aquel mar.
Por eso
de tu bienvenida
no pude conservar la huella.
Todo tú
venías en mi busca
y no pude reconocerte.
¡Arena blanca, compás de espera, espuma blanca!
¡Inquieto sueño de la verde orilla,
rizado de preguntas…!

María Teresa León (1903-1988)

Melancolía

Es como si una puerta se abriera entre las nubes,

para que pase muerta la reina de la noche.

¡Oh, duerme, duerme en paz entre miles de antorchas,

bajo tu tumba azul y el sudario de plata,

en tu gran mausoleo, bóveda de los cielos,

tú, dulce y adorada soberana nocturna!

El mundo en su extensión yace bajo la escarcha,

que reviste de un velo de luz pueblos y campos;

el aire centellea y albos como la cal

brillan los edificios, las ruinas solitarias.

El cementerio, mudo, de cruces rotas, vela;

sobre una cruz, parada, hay, gris, una lechuza,

el campanario cruje, los pilares resuenan,

y el demonio, diáfano, atravesando el aire,

roza muy tenuemente el bronce con sus alas,

arrancando un gemido, una ola de dolor.

La iglesia desplomada

se mantiene piadosa y triste y muda y vieja,

y a través de sus vidrios rotos el viento silba;

se dijera un ensalmo del que se oyen palabras.

Dentro, sobre los muros antes llenos de iconos,

apenas los contornos de su sombra han quedado,

y como sacerdote, un grillo va tejiendo

su idea oscura mientras una polilla dobla.

   Fue la fe quien pintó de iconos las iglesias,

ella quien a mi alma llenó de cuentos mágicos,

pero la tempestad y el vaivén de la vida

apenas me dejaron huellas tristes y sombras.

En vano busco hoy mi mundo en mi cerebro

porque herrumbroso y viejo solo en él canta un grillo;

bate mi corazón debajo de mi mano

igual que una carcoma mordiendo un ataúd.

Cuando pienso en mi vida, la veo que resbala

lentamente contada por labios extranjeros,

como si no fue mía, como si no he existido.

¿Quién es este que cuenta de memoria mi vida

tan bien que hasta lo escucho y río del dolor

como si fuese ajeno?… Hace tiempo estoy muerto.

Cristina de Arteaga (1902-1984)

Mis ojos, mis pobres ojos

Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.

Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.

Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé que llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.

Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará.

Margarita Ferreras (1900-1964)

Un ángel indolente

Un ángel indolente abre sus alas

de Grises silenciosos y violetas fríos

Y eleva el Sol en un cáliz de fuego.

En el altar azul, se arrodillan los árboles.

Brilla la ofrenda de las ram

Llenas de corazones traspasados.

Y la Tierra en un grito de cristal y de luz

Abre su cuerpo puro y primitivo

Lleno de esencias acres.

Corre por sus venas azuls la caricia de oro…

¡Cómo acelera sus latidos el corazón salvaje!

María Cegarra (1899-1993)

Indiferencia

Como cosa pequeña que cae y se pierde,

Sin hacer ruido,

Ya no estabas un día.

El camino de todos no es el tuyo.

Hago el mar de tu ausencia

Para guardar la orilla

Y que puedas llegar a encontrarme,

Como cosa pequeña que al azar aparece,

Sin hacer ruido.

Dormida.

Bibliografía:

  • FERRIS, JOSÉ LUIS. Mujeres del 27. Antología poética. Editorial Planeta. 2022.

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