Noches lúgubres de José Cadalso

Noche primera: Tediato y Lorenzo

          En una noche oscura, tétrica y tempestuosa, Tediato se encuentra en el cementerio. Con su soliloquio comprendemos que la muerte de su amada ha trocado su vida en un continuo sufrimiento, manteniéndole al borde de la locura. Tal es la noche lóbrega y la tormenta que se ha desatado, que infunden miedo en el protagonista de que Lorenzo, el sepulturero, no aparecerá; pero éste llega, el ansia del dinero es mayor que el terror que le invade allanar la morada de los difuntos, un miedo tal que no había sentido es sus treinta y cinco años de trabajo. Tras pedir el pago anticipado por su ayuda, se adentrar en las profundidades e intentan vencer el temor que les causa estar ahí. Lorenzo mientras van acercándose al destino, hace conjeturas sobre las razones por las que está allí Tediato, una de ellas es el saqueo de la tumba de un indiano rico, duque de Tausto, muerto recientemente; pero estas sus conjeturas caen en el vacío al darse cuenta con qué dolor menciona el joven a la tumba y por sus frases de que el dinero es dañino, tanto que, fomenta bajas pasiones y engendra vicios. Asimismo niega que la tumba corresponda a un padre, a una madre, un hermano,  un hijo o un amigo, ya que considera que los unos nos tienen por obligación y para que les sirvamos, las otras por incontinencia para finalmente acabar por quitarnos su cariño y que los hermanos acaban odiándose; asimismo cree que los hijos son como «un retrato de la miseria humana» que consta de diferentes fases en las que los vicios crecen cada día más, para terminar diciendo que aunque Lorenzo sepa mucho de los muertos, más sabe él de los humanos, los vivos, con los que con demasiada frecuencia coincide y los que si él se dejase, le arrastrarían hacia lo peor con su mal ejemplo. Niega también que la tumba corresponda a la de un amigo, porque cree que ésta fue desterrada o abandonó a los hombres y que aunque la sociedad quiera parecer amistosa, allí nadie es amigo, es todo fingido o en sus palabras: «Nieve que cubre un muladar».

             Discurriendo así, Tediato le narra lo que le aconteció una noche que se quedó dormido en el templo y cómo al despertar, bien entrada la noche, un bulto fantasmagórico intentó acercársele y cómo ante tal impresión se desmayó. De tal guisa le encontraron a la mañana siguiente los parroquianos y cómo ese mismo día trabó contacto con Lorenzo. El sepulturero, como respuesta, le dice que a él se le desapareció, por esos mismos días, un mastín que le acompañaba siempre y Tediato deduce, en un alarde de razón pura, que aquel bulto que él creyó fantasma y al que dio muerte, seguramente, sería el añorado mastín. Cuando por fin se encuentras ante la tumba de su amor, Lorenzo intenta levantar la losa y puesto que es demasiado pesada, pide ayuda a Tediado, quien al sentir el ajetreo de los gusanos allí donde se halla su adorada, comienza a llorar, quedando así frustrado el intento. Como la noche corre rauda y el amanecer está cada vez más cerca, deciden posponer este hecho. Tediato le pide a Lorenzo que no deje de acudir a la cita la noche siguiente, ya que cree que la próxima vez, una vez vencidos los temores, perderán menos tiempo. Tras esto, se despide del cadáver que fuera antes delicia y promete llevarle a su casa, para que descanse en el lecho, allí donde él también se recostará tras incendiar todo para así consumirse los dos juntos.

Noche segunda: Tediato, la Justicia, Carcelero, Lorenzo (hijo) y Lorenzo, el sepulturero                                       

           Tediato narra el espantoso día que pasó a la espera de la noche, así como cómo su único y último amigo, Virtelo, estuvo cuidándole mientras él languidecía; pero como incluso él le dejó hastiado de su sufrimiento, su desgana y estado nefasto en general. Sin embargo, considera que Virtelo no es como los demás conocidos suyos que hablan de la muerte como si del tiempo hablaran, siendo muchos de ellos pérfidos, si no que queda en él rastro de bondad. Cuando ve que la noche ha aparecido, se viste con ropaje lúgubre, toma su acero y raudo se dirige al cementerio en espera de hallar a Lorenzo allí. Pero las cosas se le tuercen otra vez, ya que un hombre gravemente herido expira junto a sus pies y es acusado de ser el  artífice de este horrible crimen, el asesinato de un hombre ilustre. Los que le apresan le llevan a la cárcel con la promesa de su ajusticiamiento. Tediato al oír esto se complace, puesto que por fin se ha cumplido aquello que deseaba por extraños medios. Ya en la cárcel, en un calabozo obscuro, es encomendada su vigilancia al carcelero más temido, aquél que consiguió amedrentar hasta a los presos más salvajes. Tediato ya solo en la mazmorra, atado con pesados grilletes, oye cómo un preso en la mazmorra contigua se lamenta, dándose cuenta de que su silencio repentino significa su muerte. A esto en un monólogo dice que no debe lamentarse por morir ya que no deja nada envidiable aquí y que él pronto se le reunirá. Justo después llega el carcelero y le libra tras decirle que ya arrestaron al verdadero asesino. Tediato se lamenta ante esta nueva, porque ya se había acostumbrado a su destino. Antes de salir pregunta si aún es de noche y cuando se entera de que aún falta una hora para que amanezca, se precipita hacia el cementerio en espera de que Lorenzo siga allí y puedan llevar a cabo el ansiado cometido. Al llegar tropieza con un bulto, un niño dormido, que al despertar le narra que es hijo de Lorenzo, así como la historia de sus desgracias familiares llenas de muertes y enfermedades. Declara que allí le mandó su padre para advertir de que le era imposible llegar y le lleva hasta su casa, en donde comprueba que hay gente más desgraciada que sufren más que él y declara que ellos son los dos hombres más míseros del mundo.

Tercera noche: Tediato y Lorenzo

           Esta vez, Tediato deplora que ya es la tercera noche en la que se llega hasta allí sin que la fortuna le sea propicia en su empeño. Hace un repaso de lo acontecido en las noches anteriores: en la primera les amedrentó la tempestad y en la segunda fue objeto de calumnias e injurias que le llevaron a la cárcel, así como vio la desesperación desgarradora de los demás. Hechos que a pesar de ser tragedias, no le rompieron el corazón y se pregunta si esa noche será la noche indicada. Pronto ve llegar a Lorenzo, a pesar de tener dudas sobre si aparecería. El sepulturero parece haber envejecido siglos y aunque Tediato le desea que le guarde el cielo, esto lo rehúsa, ya que como dice sus cincuenta años han sido infelices y amargos. Tediato a esto responde diciendo que nadie es infeliz si puede hacer a otro dichoso, como Lorenzo con él, ya que todo lo que él hace por ayudarle es preferible a todo lo lucrativo. Tras esto le asegura que le prefiere más con pico y azadón, ya que son instrumentos venerables a sus ojos y le insta a proseguir, siendo esto la conclusión.

Historia y problemas del texto: 

          Aunque no se pueda afirmar que Noches lúgubres sea un monumento literario, es innegable su importancia. Muchas dudas han surgido sobre la autoría del texto, siendo Díaz-Plaja uno de ellos, pero las pruebas aportadas por Tamayo han disipado tales nubarrones. Se consideraba como primera edición la de 1798, pero Días-Plaja dio a conocer una versión distinta publicada en el Diario de Barcelona en 1793. Fue J.A. Tamayo quien, al considerar esta última como un plagio, señalaba en 1943 una edición genuina en una Miscelánea erudita de piezas escogidas, de 1792. Posteriormente, E.F.Helman encontraba y publicaba la verdadera primera edición, aparecida por entregas en el Correo de Madrid (o de los ciegos), entre diciembre de 1789 y enero de 1790. Y aún diez años más tarde, en 1961, N.Glendinning daba a conocer una copia manuscrita existente en el Museo Británico y que fechaba en torno a 1775.

            El problema también trasciende a la extensión y conclusión de la obra. Tanto el manuscrito londinense como las seis primeras ediciones constan de tres noches, la última notablemente inconclusa. En la edición de 1815 se publica el final de la tercera noche, siendo ésta apócrifa; e incluso en ediciones posteriores apareció una cuarta noche que junto con otras imitaciones, son muestra del éxito alcanzado por la facilidad de recrear en tono y el ambiente de la misma.

Vida y literatura:

           La «literaturalización» de un hecho ha trascendido tanto que, la biografía personal de Cadalso y sus Noches se han asimilado en uno solo. La evidencia es que la leyenda ha nacido de un Cadalso desenterrador del cadáver de su amada y el destierro consiguiente de la obra en sí, es decir, de la literatura misma. Pero no hay que olvidar que esa misma literatura ha arrancado del dolor persona derivado de una situación real, el amor por María Ignacia. 

            Con lo que respecta a las influencias, Cadalso hablaba tanto inglés como francés y cuando de adolescente viajó por primera vez Inglaterra, hacía unos diez años que el poeta Edward Young había ido publicando entre 1742-1745, sus nueve Noches, que tuvieron un inmediato éxito literario y económico. Esos Pensamientos nocturnos (Nightthoughts) de Young, con sus reflexiones personales y generales, sobre la vida, la muerte, la inmortalidad, el tiempo, la amistad, etc., dieron lugar a una literatura sentimental, meditativa, apoyada en un estilo ampuloso y declamatorio, en que la impresión de soledad del individuo como consecuencia de la muerte de seres queridos, encuentra cobijo y desahogo en las tinieblas de la noche. Young perdió a su mujer, a su hija y a su yerno, y en edad madura alcanzó la fama literaria vertiendo su dolor en versos vehementes teñidos de esa mezcla característica de lo lóbrego y lo sepulcral. Las Meditaciones entre los sepulcros (1748) de James Hervey, también pudieron influir a Cadalso. Y junto a estos modelos ingleses hay que mencionar al francés Rousseau, que con su estilo entrecortado y sugerente, es vehículo de una intensa subjetividad y de la meditación dolorosa y filosófica. 

            La leyenda cadalsiana sobre el desatinado propósito del poeta de desenterrar el cadáver de su amada, tiene su origen en una famosa carta de 1791, firmada con las letras «M.A.», que apareció en la edición de 1822 y en alguna otra posterior, en la que se cuenta lo que el título dice explícitamente: «Carta de un amigo de Cadalso sobre la exhumación clandestina del cadáver de la actriz María Ignacia Ibáñez. En ella se dice que la enfermedad de la cómica motivó “que al tercer día de cama expirase en los brazos de su amante». Ello tanto le perturbó, «que casi terminó en demencia». Cadalso no se apartaba de la losa que cubría a la muerta, hasta que «últimamente paró su violento dolor en la extravagancia de desenterrar el cadáver; pasó al pie de la letra todo lo que describe la Primera noche». Por la vigilancia de espías puestos por el conde de Aranda no pudo el infeliz enamorado llevar a efecto su intento, y el Conde terminó por desterrarlo, proseguía diciendo la carta. La obra se habría compuesto recientes estos lances y su autor se vio obligado a interrumpirla por la intervención de un amigo; y cuando disipada la melancolía, quiso concluirla, le fue imposible seguir el mismo estilo, confesando que aquella obra era solo hija de su sentimiento.

           A estos hechos no se hizo referencia en vida de Cadalso, ya que tanto la composición de la carta como su difusión son posteriores a la muerte del poeta.

La novedad de las «Noches»:

            La novedad de la obra consiste en haber pretendido aclimatar en la literatura española el género sepulcral, con su típica escenografía y sus reflexiones pesimistas sobre los hombres y su destino, enraizados en lo más íntimo de una situación personal y expuesta en una prosa mórbida y lenta para producir efectos emocionales. Aunque la obra de Young estaba en verso, lo cierto es que, ya en la traducción francesa de Le Tourneur era una prosa grandilocuente y melódica, de intención poética, como también las obras de Rousseau y de Hervey. Por tanto, la novedad es que intenta aclimatar un género y una forma que responde a una moda europea, sobre todo nórdica, a España. Cadalso es un escritor de su tiempo, empapado de la ideología de la Ilustración, que cree en el hombre, en la razón humana, pero al encontrarse en ese momento clave del arte europeo de la segunda mitad del siglo XVIII en que empieza a descubrirse y a revalorizarse la fuerza del sentimiento, el valor de las lágrimas, el sentido humanitario que lleva a hacerse eco del dolor propio y ajeno, no puede dejar de seguirla. Cadalso es el introductor en la literatura española de los que se ha llamado el Prerromanticismo. Lo cual no quiere decir que toda la obra de Cadalso deba considerarse prerromántica, puesto que, su obra se halla en el punto de intersección de diversas corrientes, pero todas ellas confluyentes en la ideología de la Ilustración. Sin embargo, ver a Cadalso como a primer romántico en acción como aceptó Menéndez Pelayo, es forzar la interpretación en sentido biográfico, porque es examinar la obra como desahogo inmediato y apasionado de una actitud vital. Cadalso es fiel a una moda literaria, que no es la de cincuenta años más tarde, sino la de su tiempo; participa de caracteres que luego llevará a sus últimas consecuencias el Romanticismo, pero sigue anclado en su siglo y fiel a los modelos de su siglo. Para Sebold él es incluso es primer romántico «europeo» de España, pero no por el peso de su vida reflejada en las Noches, sino porque ya está en el la nueva cosmología, la concordancia entre la naturaleza borrascosa y el paisaje interior del alma del protagonista, el «fastidio universal» y la idea del suicidio, tratado por primera vez románticamente. Pero otra vez se olvidan los aspectos propios de la personalidad de los ilustrados: la constante actitud racionalizadora, que niega lo que de misterioso y aterrador hay en un bulto porque resulta ser un perro, dando lugar a un solo comentario lógico. La falta de elementos concretos con su consiguiente anulación de la realidad, observa asimismo Sebold, le hacen afirmar que más que lugares hay ideas de lugares. No son, por tanto, los sentimientos personales los predominantes, sino las expresiones afectivas vinculadas a principios generales; por eso se exalta como virtud la amistad o se insiste en la dieciochesca idea de la fraternidad universal. Ni hay, a pesar de la apariencia tumultuosa del estilo, desahogo irreprimible, sino consideraciones sobre los grandes problemas, ante los que se sitúa, sin anularlos en su yo.

              Cadalso es, pues, el creador en la literatura española del género sepulcral, dentro de una concepción pesimista del hombre cuya voluntad de destrucción y autodestrucción es manifiesta; pero ello no significa que el romanticismo haya nacido medio siglo antes, sino que hasta ese grado llegó la ilustración prerromántica española. Además, el poeta declara abiertamente que se propone seguir el estilo de un autor nórdico y consiguió plenamente su objetivo de lograr un producto extraño comparado con la tradición habida, algo que las reacciones de su tiempo lo corroboran. Como ejemplo de esto tenemos a Quintana, que dio en la clave de la cuestión antes de que la crítica posterior enturbiara la inicial interpretación: «Un lance funesto en sus afectos juveniles le dio ocasión a exhalar su dolor en sus Noches lúgubres, imitación también harto infeliz de las Noches de Young, ejecutada en una prosa extraña y defectuosa, ajena enteramente de la índole castellana.» Y ante esta obra, ni el gusto ni el ambiente español estaban preparados, por lo que se quedó inédita en vida del autor. El propio Cadalso hace referencia al hecho en las Cartas marruecas, exactamente en la carta LXVIII con amargo humor: «Si el cielo de Madrid no fuese tan claro y hermoso, y se convirtiese en triste, opaco y caliginoso como el de Londres…, me atrevería yo a publicar las Noches lúgubres que he compuesto a la muerte de un amigo mío, por el estilo de las que escribió el doctor Young. La impresión sería en papel negro con letras amarillas…»

             El crítico inglés, N. Glendinning, tras rechazar la historia del desenterramiento como suceso verdadero, relaciona dicha historia con una leyenda folclórica universal que tuvo su versión española en la leyenda de La difunta pleiteada, base de un drama con ese mismo título atribuido a Lope; pero por la investigación llevada a cabo por María Goyri de Menéndez Pidal en su estudio de La difunta pleiteada en 1909, queda demostrado que no hay correspondencia alguna, ya que ésta narra la historia de «una mujer que, después de sepultada, recobra la vida, y luego disputan, sobre su posesión, dos o más hombres que se creen con derecho a ella.» Otra de las obras en las que pudo basarse Cadalso es Romeo y Julieta, de la que según J.K. Edwards tomaría el motivo sepulcral de la leyenda europea. Así pues, vemos que no es nuevo el tema sepulcral por sí mismo, sino la manera de abordarlo, de sentirlo con valor autónomo, sin referencias a la vida eterna y con su solo aparato escenográfico potenciado en el misterio de la noche. A la falta de referencia a la inmortalidad en las Noches, hay que añadir la del nombre de Dios; aparece mencionado, sin embargo, al modo ilustrado, como Criador o Ser supremo.

Contenido y forma:

          Las Noches son tres, en forma aparente de diálogo, aunque predominan los soliloquios del protagonista, Tediato. Las tres empiezan con su monólogo y terminan con las reflexiones del mismo en respuesta a Lorenzo. Éste, su interlocutor habitual, es un sepulturero, de quien brevemente aparece un hijo en la segunda Noche. También en esta parte, a modo de variación, aparecen otros interlocutores como la Justicia y un Carcelero. En la primera y la última solo intervienen Tediato y Lorenzo. La corta extensión de la última Noche, hace pensar que quedó inconclusa y en ella casi parece admisible que no se tratase de lograr el desenterramiento del cadáver, ya que el intento es solo pretexto argumental, la única acción de la obra como sustento de la actitud reflexiva del protagonista en torno a la humanidad.

            El espectáculo de naturaleza con que se abre la obra es una típica y tópica estampa prerromántica: silencio, tinieblas, lamentos carcelarios, tormenta, llanto. También lo es la descripción de Lorenzo, el sepulturero: pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso, con su vestido lúgubre. Además de la puerta del cementerio que se resiste, de la loca, de la apertura de la tumba, del hedor y los gusanos, como elementos escenográficos, se abordan en la primera Noche otras cuestiones: el interés que mueve a los humanos, la utilidad del dinero solo si es en pequeña cantidad, el tema dieciochesco de la infeliz América sacrificada, la explicación racionalista del misterioso bulto que parecía juego fantasmal de la fantasía, el egoísmo de los padres que lleva a la pérdida de significado del parentesco, la amistad como virtud de la sociedad. Del amor no se habla, es solo condición psicológica, situación personal de tormento en el protagonista, base de sus meditaciones nocturnas, ansia de unión, incluso de las mismas cenizas tras la muerte.

El adorno de lo verdadero y lo ficticio:

             En la primera de las cartas caldesianas publicadas por Ximénez de Sandoval, donde se prueba que las Noches eran conocidas ya manuscritas y que Meléndez Valdés, a quien dirige la carta, las había leído en Salamanca, aclara Cadalso que había explicado a su amigo lo que significaban la parte verdadera, la de adorno y la de ficción, cosa que hartamente se ha visto en las partes predecesoras: la muerte de María Ignacia, el desvarío y enfermedad del poeta, el amigo que intenta consolarle como posibles verdades y lo que pudo ser ficción, el desenterramiento, la figura de Lorenzo y las desgracias de su familia, el injusto encarcelamiento. El adorno, la novedad de la obra, radicaría en el ritmo de la prosa como medio de crear un clima emocional que actúe en la sensibilidad del lector. Dos son las direcciones fundamentales en que se manifiesta esta novedad formal: las rebuscadas cadencias de una prosa conscientemente poética y la utilización de determinados recursos lingüísticos. Los efectos rítmicos de la prosa no se obtienen solo con la incrustación de algunos endecasílabos, sino también con otra serie de unidades rítmicas: los grupos fónicos octosilábicos en posición relevante («Cada vez que siento el pie,/ me parece hundirse el suelo»), los heptasílabos paralelos («El lecho conyugal,/ teatro de delicias»), los pies métricos de tres sílabas que surgen a intervalos cadenciosos («El cielo/ también se/ conjura…») o los grupos tetrasilábicos y pentasilábicos, que se engarzan acompasadamente («he enterrado/ por mis manos/ tiernos niños»). A los mismos efectos contribuyen las repeticiones frecuentes y las distribuciones paralelísticas, antitéticas o no: «sin cuidarse del virtuoso que padece ni del inicuo que triunfa». Desde el punto de vista estilístico-gramatical, hay preferencia por determinadas construcciones que dan como resultado prosa lenta y enervante, más estática y lírica que narrativa y dinámica, con sus adjetivos antepuestos («vecina cárcel», «dulce intervalo»), y el predominio del estilo nominal, con frecuentes enumeraciones o series rectilíneas de sustantivos, reforzados con aposiciones: «tiernos niños, delicias de sus madres». Junto a apóstrofes y exclamaciones aparecen las figuras retóricas que se llaman de sentimiento y la persistencia de otros elementos morfológico-sintácticos como el adjetivo neutro con complemento («lo interior de mi corazón») y el empleo de formas indefinidas genéricas como tanto, todo, etc. En cuanto al léxico, parece un repertorio de todo el vocabulario prerromántico en torno a tres esferas: lo sentimental o pasional, lo sepulcral y lo carcelario, con complacencia en esdrújulos como cadáveres, túmulo, mísero, pérfido, etc. 

Esa preocupación formal, el adorno, produjo extrañeza y hasta resistencia en los contemporáneos, pero fueros conscientes ante ello. 

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