«Retener en mis hombros las señales de alerta» | Reseña de «La verdad de las cosas», de Carolina Peleretegui

De las cosas no nos cansamos nunca. Buscamos en ellas la manifestación de algún poder, una fuerza centrípeta que nos salve de las repeticiones. Somos bestias contenidas dentro de establos invisibles. “Animales” – dijo Dickens – “de costumbres”. De las repeticiones están hechos nuestros corrales. Repetimos lugares, repetimos prácticas, repetimos errores. Entonces las cosas, como redentoras de esa repetición, de ese agotamiento en constante reincidencia, vienen a atravesarnos, a decirnos lo que es evidente y auténticamente valioso.

Y dentro de esa gran mezcla de dones, licencias y facultades ocultas, las cosas también han demostrado tener verdades.

Aventurarse a buscar esas verdades, descomponer o templar su materialidad es buscar, en cierta forma, la reducción del infinito. No reducir para disminuir, sino reducir para condensar.

La verdad de las cosas, de Carolina Peleretegui*, hace su carta de presentación nada menos que con un epígrafe declarativo de Ida Vitale, cuyos versos rezan: «Y sin embargo / el alba renovará sus votos». Vitale – sabemos bien – nos tiene acostumbradxs a una reflexión constante sobre la palabra, sobre el mismo texto que se está escribiendo y sobre la acción creativa en sí misma. No nos sorprende, por ejemplo, que haya escrito un poema como “Reunión”: «Érase un bosque de palabras / una emboscada lluvia de palabras / una vociferante o tácita / convención de palabras / un musgo delicioso susurrante / un estrépito tenue, un oral arcoíris / de posibles oh leves leves disidencias leves / érase el pro y el contra / el sí y el no / multiplicados árboles / con voz en cada una de sus hojas. // Ya nunca más, diríase / el silencio» (Oidor andante, 1972). Y tampoco nos parece extraño que Peleretegui haya elegido iniciar su poemario citando a Ida, ya que, en línea con este cruce poético y operando también desde la coexistencia con lo autorreflexivo, buscará poner en escena un tributo posible a esa potencia arrasadora que tiene el lenguaje y derrotar – no sin previa admiración – al silencio.

Dice la autora de este libro: «De noche se me aparecen todos los delirios del mundo / Los residuos de mi universo se parecen / a la siembra al azar de los yuyos crecidos en el patio». Y después, en otro poema, dice también: «retener en mis hombros las señales de alerta / por las dudas / por si acaso // igual que un sueño que despierta antes de tiempo / dejar en vigilia también / el reflejo terrible de las brasas / para cuando sea necesario». En este libro, «la verdad de las cosas» nos arranca del suelo para colocarnos de imprevisto sobre los techos: algún lugar desde donde ver mejor los huecos que inevitablemente deja la lluvia después de la tormenta.  

Lo no tangible está puesto sobre la tierra que sostiene el bosque, leve – «muy leve, disidente y susurrante» – multiplicado de palabras. Las ausencias, las utopías, lo inmaterial, lo onírico. El ruido que viene de la calle, de la fiesta en movimiento o del borde casi volcánico del mar.

En este libro, las señales son igual de importantes que las cosas. Las señales son las que nos permiten estar permanentemente a punto de asistir a una revelación, a punto de presenciarla. Sin las señales nos sería imposible acercarnos a las cosas y a sus verdades.

Así, mejor nos conviene empezar a pensar que cada cosa que nos rodea, que tocamos, percibimos o sentimos es una verdad en sí misma, una verdad para ella misma. Pero al mismo tiempo es una verdad única y personal.

El anillo que llevamos puesto no es la misma cosa para nosotrxs que para lxs otrxs, no tiene adentro la misma verdad, y así tampoco es la misma verdad la que tiene adentro una provincia que visitamos recientemente, la bandera de un club o un puñado de flores. Cada uno de los significados de estas cosas dependen de otras verdades, y de otras cosas con verdades muy exclusivas en su interior.

Volcar dentro de un libro la verdad de las cosas es una forma (fascinante forma) de preservarla, de resguardar su maravilla y su arrobamiento – como dice la autora – «para cuando sea necesario».

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*Carolina Peleretegui (Buenos Aires, 1976). Poeta, escritora, bibliotecaria. Participó en diversas antologías de poesía y narrativa, así como también en revistas y diarios digitales. Obtuvo el Premio Internacional de Literatura Infantil Julio C. Coba (Ecuador, 2016). Publicó Margarita (Libresa, 2016), Limbo (Gogol, 2017), Helena y el mar (Lágrimas de Circe, 2018) y La verdad de las cosas (Halley, 2022).

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