«Neque lugere, neque indignari, sed intelligere»
Baruch Spinoza
Publicado originalmente en: Papel Pixel.
Creo firmemente que el «autodidactismo» va a ser la única forma de autoconocimiento que sobrevivirá y será este el único medio de adquisición de saber frente a un tecnologismo que promete cambiarlo y uniformarlo todo. Ser autodidacta es tener curiosidad por el mundo y las cosas, ser rebelde con el establecimiento y construirse a sí mismo sin depender de la información que nos entregan en bloque los medios masivos. La naturaleza y los libros son esos maestros mudos y pacientes que están ahí para entregar el saber a sus receptores, y esto, a raíz que las universidades se han dogmatizado y han perdido el rumbo de crear un fuerte pensamiento crítico en las personas antes que emitir diplomas a diestra y a siniestra y fabricar mano de obra laboral.
Pero este «autodidactismo», es cierto, será voluntario, pues cuando todos insisten en afirmar o creer lo mismo, están demostrando con ello que realmente nadie está aprendiendo algo importante, y que una sola fuente de conocimiento alimenta el grupo social. Las circunstancias creadas, como la eliminación (o distorsión) de la concentración y la abundancia de datos en internet, arrojará a muchos a pensar igual y en bloque. Por ello, disentir de una información entregada y usada no para formar, sino para deformar la percepción del mundo y de las cosas, será la anti norma.
Esto entendieron los grandes hombres y mujeres de la historia: que la parte más importante de la educación del hombre es aquella que él o ella mismo se da, aunque aquello requiera esfuerzo consiente y voluntad firme. Ningún Einstein, ni un Da Vinci, ni un Wagner, se formaron en un día, ni en cuatro años, sino que vivieron diariamente su búsqueda y encontraron sus objetivos. Ese fue el camino individual que aquellos y otros exploraron hacia la libertad, y por eso la academia, que nunca ha tolerado los genios y los autodidactas, han reñido con todo espíritu libre, y en la mayoría de las ocasiones los han relegado a la vera de los tiempos.
En el «autodidactismo» no se ha observado un importante fenómeno: el efecto Baldwin. Una teoría evolutiva que sugiera que el aprender una o varias cosas durante un lapso de tiempo, configura interiormente habilidades de aprendizaje importantes en cada individuo. Este efecto demuestra que la educación no depende de la genética ni de la clase social, sino de las capacidades adquiridas por una persistencia en aprender y sentir curiosidad por casi todo. Fue Gabriel García Márquez, curioso y autodidacta también, quien dijo concienzudamente: «Los autodidactos suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos los fuimos de sobra». Estoy seguro que hablaba de Augusto Monterroso, Ernest Hemingway, Juan Goytisolo, Julio Cortázar, entre otros, que aprendieron con la práctica y la experiencia más que con la instrucción formal.
Ser autodidacta es volver a sentir el universalismo y absolutismo del conocimiento que fue arrebatado por el auge de la técnica y la distribución del trabajo y las profesiones. Es adquirir sentido común frente a un mundo que desea informar, pero no transformar y educar para formar ciudadanos dóciles y consumidores fieles. Esto último lo comprendió Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, cuando demostró que el ser humano fue diseñado para desear, y por ello no dudó en usar las técnicas del psicoanálisis para la propaganda de masas. Así nacieron las exitosas relaciones públicas, no sin antes estropear el principio aristotélico de: «Toda persona por naturaleza desea saber».
Aunque no todo estuvo perdido con la invención de la publicidad social, pues el «autodidactismo» sobrevivió gracias a los libros que desechó el siglo XX, el siglo de las guerras y la industrialización de las ciudades, y gracias al surgimiento de los intelectuales comprometidos de posguerra. Aquellas mujeres y aquellos hombres temerosos y agrupados en ideologías incentivaron el aprendizaje de todo, desde la lectura de los tiempos actuales, hasta el último texto escrito; enseñaron a pensar a una generación a punta de filosofía y a ser críticos y racionales; coadyuvaron para eliminar las dudas humanas con método; motivaron a cada persona a ser disciplinada y consecuente con el conocimiento; y por último, alentaron a millones a no tener miedo de fallar en la vida, antes bien los impulsaron a ser polémicos y avezados, ya que a decir del intelectual italiano Umberto Eco: «Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores».
Únicamente los autodidactas son libres. De esto no hay duda. Solo las almas antiguas sienten inclinación a dedicarse toda la vida a aprender, igual que Averroes, Charles Darwin, Leonardo Da Vinci, Michael Faraday, y otros miles más. Estos fueron los que sintieron sed, pero que la aplacaron rápidamente por medio del esfuerzo consiente de autoeducarse, ensayar e interpretar lo aprendido. La educación nunca ha limitado el autoaprendizaje, sino que la libertad ha sido fundamental para decidir sobre la construcción de cada mundo individual. Este fue el gran secreto de los antiguos: el conocimiento como un viaje de descubrimiento hacia las tierras vírgenes del saber. Tal proceso ha tenido varios nombres: «Polimatismo», «Donjuanismo intelectual», «Pantofília», «Enfermedad del absoluto» y no debe confundirse en ninguna forma con otros términos abyectos y poco entendidos como «diletantismo», «parcialismo», «Mal de Montano», o «Síndrome de Margites».
Como sea, para lograr tener una buena educación hay que entenderlo todo, y eso no exime que cada uno se conozca a sí mismo. No hay límites para el o la autodidacta. Pero cuidado, más que bostezar sobre los libros o la información de Internet, hay que atender lo que dice el gran Milan Kundera: «La diferencia entre el universitario graduado y el autodidacta [libre] no radica tanto en el alcance del conocimiento como en la extensión de vitalidad y autoconfianza». Nada más cierto. En la universidad se obtienen conocimientos pagados para lograr una auto certificación, lo cual es bueno; sin embargo, en la naturaleza o el mundo natural, el saber es gratuito para auto aprender, ya que la alimentación con cuchara durante años, solo nos enseña la forma de la cuchara, solo eso. Por lo tanto, se trata de juntar las piezas, de seguir construyendo lo aprendido, de llegar a ser lo que se desea sobre la base de preguntar sin descanso, y de aprehender con método y paciencia.
Así es que entonces podemos contrarrestar a William Hazlitt cuando confunde «autodidactismo» con «egoísmo» y «obtusismo». Desacertado el ensayista, ya que una cosa es carecer de educación por cualquier circunstancia, y otra, obtenerla por medios diferentes a los métodos instituidos. No siempre es bueno ir con la corriente, o al menos, hay que ir más allá. El conocimiento instintivo (o nativo) es una habilidad que puede desarrollarse y es tan importante como luchar durante muchos años por el diploma. Se trata en realidad de dominar el oficio desde adentro, y para ello, es fundamental dejar en claro que la mejor universidad es una biblioteca y el mejor maestro es la duda constante.
El verdadero autodidacta no ha malogrado su alma por la disciplina férrea y draconiana de la academia, antes bien, como dice John Mayer, «se trata de lograr sintetizar el amor a sí mismo a través razonamientos y procesos diferentes. Por lo general, por procesos autodidactas, autoinstruidos y autoperfeccionados». Cierto. Y sobre esto alguien dijo con verdad que el autoaprendizaje o autodidactismo es tan importante como el amor propio, ya que nadie más que nosotros mismos conocemos nuestras fortalezas, debilidades o defectos. Por eso, los científicos y publicistas no podrían ser efectivos si estos dos factores no fueran fundamentales para ellos y para la vida en sociedad. Así que, no está de más decir que se debe prestar atención a cuatro asuntos que pueden ser barreras para el autoaprendizaje: la procrastinación, ocupaciones innecesarias (hay que distribuir bien el tiempo), la desconcentración, y la pérdida paulatina de la memoria. Todo, finalmente, se trata de interés, de curiosidad virgen, pues a decir del escritor Dean Koontz: «Siempre he sido un autodidacta diligente y puedo enseñarme prácticamente cualquier tema, si tengo un interés serio en ello». Así que adelante. El mundo es suyo, ya que el conocimiento hoy es el nuevo poder.
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