La mujer como sujeto activo: En el papel de la mujer como protagonista activa de la literatura, es decir, en las escritoras romanas, se encuentran aquellas mujeres que «no sólo hilaron la lana» ni respondieron al canon ideal de la mujer uniuira, domiseda, lanifica (mujer de un solo hombre, casera y tejedora).
En primer lugar están las tres oradoras: la primera es Hortensia, hija de Q. Hortensio Hórtalo, el orador de mayor prestigio en el periodo inmediatamente anterior al triunfo de Cicerón en el foro. Su hija interviene en la escena pública en el año 42 a.C. como «portavoz» de las matronas romanas, en concreto de las más adineradas de las que los triunviros, a falta de medios para sufragar sus campañas militares, quieren recaudar un impuesto especial, una contribución extraordinaria que afectaría a las mujeres más ricas de Roma. La segunda oradora es Mesia, sobre cuyo nombre exacto hay algunas dudas. Se sabe muy poco de ella pero sí algo esencial para ser considerada escritora: parece ser que también usurpó los virilia officia, en palabras de Cicerón, al defenderse a sí misma en un juicio, razón por la que Valerio Máximo poco menos que la llamaba marimacho. Y la tercera y última oradora objeto de estudio, es una tal Carfania, también nombrada en diversas fuentes como Afania o Gaya Afania, nombre que pasó a ser sinónimo de insulto, de la que se nos dice que actuó de «abogada», al parecer siempre en su autodefensa.
Las epistológrafas ocupan en siguiente lugar de la literatura femenina romana y por ella desfila en primer lugar Cornelia, madre de los Gracos y matrona ejemplar, alabada por los autores más dispares: Tácito, Plutarco, Séneca, etc., a la que según cuentan incluso el pueblo romano llegó a erigir una estatua de bronce. Esta mujer, era hija de Escipión el Africano. Casada con un hombre treinta años mayor que ella, dio a luz doce hijos de los que sólo tres alcanzaron la edad adulta. A pesar de quedarse viuda joven, es un ejemplo de univira, que rechazó casarse de nuevo a pesar de que, según se decía, había recibido propuestas de matrimonio de Tolomeo VIII. Orgullosa de su prole, prefirió consagrar su vida a la educación de sus hijos. De la Cornelia epistológrafa se conservan dos fragmentos, incluidos en su forma supuestamente original en los manuscritos de la obra de Cornelio Nepote, y acaso un tercero brevísimo recogido en la obra de gramático Carisio. El tercer capítulo se dedica a las memorias, dentro del género historiográfico y allí hay que pasar revista a la figura de Julia Agripina la Menor, hija de Germánico, madre de Nerón y esposa de Claudio. Esta primera dama romana escribió una obra perdida de carácter autográfico de la que tan sólo se conservan dos referencias debidas a Tácito y Plinio el Viejo.
En cuanto a las poetas, hay una serie de supuestas autoras que, de nuevo, conocemos por autores latinos: Memia Timótoe, Cornificia, Hostia y también se recoge el nombre de Perila, conocida por medio de Ovidio, probablemente padrastro de esta joven.
La primera de ellas todavía constituye hoy en día un enigma literario; ni siquiera sabemos si realmente fue una mujer escritora o un juego literario de un autor masculino para explotar el tema de la homosexualidad. De optar por la primera hipótesis, desde luego nada desdeñable por la época ni por el entorno en el que se mueve el nombre de Sulpicia, estaríamos ante el caso más rotundo de una romana escritora de la que, además, nos ha llegado la obra por la tradición directa, es decir, vía manuscrita, dentro del Corpus Tibullianum, junto a la obra de otro enigma, en este caso masculino, como es Lígdamo. Las mujeres de la clase alta estaban lo suficientemente cultivadas como para ser capaces de participar en la vida intelectual de sus familiares varones, ya que tanto los hijos como las hijas de las familias acomodadas tenían tutores privados. A diferencia de lo que sucedía en el caso de los varones, las hijas no estudiaban fuera de casa, con filósofos o retóres, puesto que ya estaban casadas a la edad en que los chicos aún se encontraban en vías de adquirir una educación más profunda, para lo cual era frecuente que realizaran algún viaje. Más algunas mujeres estaban influenciadas por la atmosfera intelectual de su casa. Por ello es posible hablar de mujeres letradas, instruidas, pero desde luego no de escritoras, de literatas, tal y como se concibe esta actividad en la antigüedad. No hubiera tenido sentido; su público tenía que ser por fuerza minoritaria y dentro de la minoría lectora de la antigüedad, estaría formado por su mayoría por hombres.
La mujer como sujeto pasivo: Es donde se atendería a la mujer como protagonista pasiva. Objeto de la literatura romana, es cierto que hubo momento, por diferentes factores, en que un determinado «modelo de mujer» se impuso, haciendo palidecer el retrato de la matrona severa que la mayoría de los autores se esforzaba en componer. En estas circunstancias, a medida que se acerca el final de la República va en aumento la imagen de una mujer emancipada y respetada dentro de la clase alta romana. En esta época la matrona, como princesa helenística que puede muy bien representar a Cleopatra, se caracteriza por su sagacidad, su creciente poder político y su poderosa influencia en un contexto de creciente demanda de satisfacción sexual, que coincide curiosamente con un período de natalidad decreciente.
Las leyendas sobre la fundación de Roma y los comienzos de la República que tenían como protagonistas a esforzadas y sufridas mujeres, fueron ensalzadas hasta el final de ésta y a comienzos del Imperio de cara a la instrucción moral y a la propaganda. Pero mientras se insistía en el papel de la fémina, tejedora, ama de su casa y fiel a su marido, unas acaudaladas mujeres aristocráticas hacían alta política y presidían salones literarios, como Clodia. Estos mitos sociales crearon un desfase entre la matrona ideal y la real, y fueron los responsables de la relevancia otorgada a una mujer como Cordelia.
A través de Catulo, está claro que la mujer no sólo está presente sino que es el «alma de la literatura», especialmente en un género como el elegíaco. En un período concreto de la historia de Roma, hubo mujeres, como Clodia o Lesbia, capaces de escribir y más aún de publicar, sencillamente porque eran capaces de leer, comprender y criticar a los poetas, además de actuar como sus musas. Pero todo esto no implica que, autores como Juvenal y Marcial, no afilaran sus plumas al tratar sobre la vida de cualquier clase de mujer. Según Juvenal las matronas no ejercían su sexualidad y no deseaban tener hijos: “Algunas prefieren tener eunucos impotentes con sus refinados besos y su escasa barba, porque no necesitan abortivos”.
Claro que las descripciones que hacen algunos como Hesíodo y la misoginia que respiran sus escritos, era como para irse en brazos de los eunucos. Tras afirmar que lo peor que pudo hacer Zeus era crear la mujer, las acaba clasificando en nueve modelos semejantes a los diversos animales y cosas conocidas: “Cerda, sucia y maloliente. Zorra, lo saben todo. Perra, se meten en todas partes y a todo ladran. Barro, torpes. Mar, unas veces apacibles y otras tormentosas, que no hay quien las aguante. Burra, sólo hace las cosas a palos. Comadreja, sólo buscan la cama. Yegua, no hacen más que acicalarse y exhibirse. Mona, fea.” Para finalizar con la única sobre la que vierte comentarios positivos, la abeja, hacendosa y amante de hogar.
Muy malas experiencias deberían de tener unos y otros, cuando el poeta Marcial escribe: “¿Me preguntas porqué no quiero casarme con una mujer rica? Porque no quiero ser la mujer de mi mujer. La matrona, Prisco, ha de ser inferior al marido; sólo así resultan iguales el hombre y la mujer”.
Bibliografía:
- CANTARELLA, EVA. La calamidad ambigua. Ediciones clásicas (Madrid).
- BORRAGÁN, NIEVES. La mujer en la sociedad romana del Alto Imperio (s. II d.C.). Editorial Trabe.
- VERDEJO SÁNCHEZ, Mª DOLORES. Comportamiento antagónico de la mujer en el mundo antiguo. Editorial Atenea.
- GARRIDO GONZÁLEZ, ELISA. La mujer en el mundo antiguo. Editorial de la Universidad Autónoma de Madrid.